

José María López Martínez (1904-1990) adquirió definitivamente los derechos de Biblioteca Fortea en 1955.
José María decide que, a partir de ese momento, en todas las publicaciones de Biblioteca Fortea aparezca como director «José María López De La Osa», curiosidad que tiene su origen en el apellido compuesto «López-De La Osa» de la familia que, con el paso del tiempo, se fue perdiendo y, de esta manera se recuperaba simbólicamente.
Biblioteca Fortea, ayer y hoy
Para comprender un poco mejor la trayectoria de la Biblioteca Fortea hasta nuestros días, es necesario hacer un paréntesis para escribir unas líneas sobre José María López Martínez, alumno de Daniel Fortea en Madrid. Tres de sus cuatro hijos, José María, Fernando y Pilar, serían también discípulos de Fortea. El vínculo entre éste y la familia de José María se estrecharía hasta tal punto que, además de las largas charlas que mantenían sobre música durante sus largos paseos, el Maestro aprovechaba para instruirles en la gestión de su amada Biblioteca. Así, José María y familia podían atender los pedidos que se realizaban durante los días que Daniel Fortea se ausentaba de Madrid para visitar a su familia… y porque ya manifestó su deseo de que fueran los hijos de José María, sucesores y continuadores de su Obra.
En 1955, José María López Martínez adquiere en propiedad la Biblioteca Fortea la cual es trasladada a su domicilio familiar en el número 10 de la calle Fúcar de Madrid y dedica el resto de su vida a promover la Obra de Daniel Fortea por todos los rincones del mundo con el más exigente nivel de calidad, mimo y respeto. Inculca los mismos valores a sus hijos y al fallecer, en 1990, son ellos los que se hacen cargo de dar continuidad al proyecto, viéndose así cumplida la voluntad de su querido Maestro.
Pilar López Gómez, la menor de los cuatro hermanos, estudió la bandurria también con Fortea. En la actualidad es la encargada de todas las cuestiones administrativas de la Biblioteca (recepción de pedidos, preparación y envíos). Por otra parte, Francisco López Gómez, el segundo de los hermanos, se encargaba de la contabilidad (luego se decantó por la odontología aunque también tocaba la guitarra, la bandurria y el laúd en todas las reuniones familiares) y José María y Fernando López Gómez, convertidos en guitarristas profesionales de gran prestigio, se han dedicado durante años a digitalizar, arreglar, modernizar y divulgar toda la Obra del Maestro Fortea.
Recuerdos y experiencias
por José María López Gómez

José María López Gómez (1934-2020)
interpreta «Serenata», de Daniel Fortea
Las clases con Fortea eran muy amenas. Cuando llegábamos a su casa nos pasaba a una sala grande donde podíamos estudiar seis u ocho cómodamente. El Maestro entraba en la sala donde estábamos practicando y se dirigía a cada uno de nosotros para ver lo que estábamos haciendo y cómo lo hacíamos. Luego preguntaba quién tenía más prisa, o simplemente quién quería pasar a su estudio donde le atendería individualmente.
Fortea tocaba sin uñas pero a nosotros no nos lo imponía. Nos aconsejaba la media uña. Cuando a alguno de nosotros se le hacía incomodo o difícil un pasaje trataba de solucionarlo con otro “doigté”. Se preocupaba de que tuviéramos reserva de fuerza para aguantar una o varias obras hasta el final sin cansarnos. Para esto nos ponía estudios apropiados para el caso y, de vez en cuando, nos reunía a los que estábamos allí y, con él, hacíamos ejercicios de ligados, cejillas y escalas. Recuerdo ahora su frase: “yo a ese le ponía a hacer ligados”, se refería a cuando algún maleante merecía un castigo. También era frecuente oírle decir “mira que tiene bemoles”, para referirse a algo increíble o cuando no daba crédito a la torpeza de alguno de nosotros. Fortea gozaba de una gran memoria para recordar su extenso repertorio de estudios y obras. Tocaba sin estridencias, debido a que tocaba sin uñas y, cómo no, por su condición de romántico reflejada en toda su obra. Por aquel entonces tocábamos con cuerdas de tripa, aunque ya empezábamos a usar las de Nylon.
A José Luis Auger, el más aventajado, le recuerdo estudiando a Ponce y a M. Torroba; Marcelino López, famoso investigador-constructor de guitarras e instrumentos antiguos, muy detallista y exigente consigo mismo; al Sr. Rodrigo que a veces llevaba por allí a su hijo José Luis, José Luis Rodrigo Bravo, catedrático del Conservatorio Superior de Música de Madrid; Paulino Bernabé, después luthier; Trinidad García, de la UME; Segundo Pastor, alumno y gran amigo de Fortea (le publicó algunas obras); Antonio Ortega, Serafín Rivera… Era un tiempo de tertulia, anécdotas, música (tocábamos con él)… una tacita de café para los mayores, hecho por él en una cafetera eléctrica que tenía en su mueble-bar y un caramelo “La Pajarita” para los “peques”, como él decía.
Nos contaba Fortea que habiendo sido invitados, Tárrega y él, a casa de un amigo, al entrar en el recibidor, en los saludos, Tárrega se acercó a dar un efusivo “buenas noches” a su propia imagen reflejada en el gran espejo de la estancia.
«Cuando Fortea daba por terminadas las clases nos invitaba, a los que teníamos menos prisa, a pasar un rato más que compartíamos con nuestro padre, que también era alumno de Fortea, nuestra madre, de la que heredamos buena parte de su intuición musical y mi hermano Fernando, por el que el Maestro sentía una gran admiración.«
«Han transcurrido muchos años desde que Fortea nos dejó. Durante este tiempo hemos seguido dedicándonos a continuar su Escuela de Guitarra y a mejorar y completar la edición de toda su obra, que ha seguido distribuyéndose a nivel internacional a numerosas casas de música. Por motivos que no considero oportuno exponer aquí, la música del Maestro ha ido disipándose… ha ido apianando hasta que prácticamente ha dejado de sonar, perdiéndose así buena parte de la técnica y el encanto que contiene su inspirada obra.»

Daniel Fortea (en el centro de la imagen) posa con sus alumnos de Madrid. Podemos ver a José María López Gómez (5º arriba de izquierda a derecha) y, sentado (2º por la izquierda), a Fernando López Gómez.
Recuerdo en aquellas reuniones a sus alumnos y amigos: al Sr. Castillo, médico famoso por su célebre perborato dental; al Sr. Corral, padre de Emilia Corral, viuda de Andrés Segovia; al Sr. Romea, actor de cine; al Sr. Samper, “el comandante”, que tenía una guitarra traída de Méjico idéntica a la mía, (una González, de Madrid), incluido el mosaico de la roseta adornado con triángulos de nácar, y que él llamaba “la Macharnuda” porque, decía, había sido fabricada por un luthier llamado Macharno. Recuerdo también al Sr. Regidor, muy relacionado con Narciso Yepes en sus comienzos y que, al morir Fortea, nos recomendó a Quintín Esquembre para seguir estudiando. Esquembre quiso rehacer su afamado “Trío Esquembre” con sus alumnos: Antonio Albanés y los hermanos José Mª y Fernando D. López.

Fernando David López Gómez
Un día conocimos a María Luisa Anido, que fue a visitar a Fortea, como otros tantos artistas de renombre que quisieron conocer a la gran figura guitarrística del momento. Me dejó, sin saberlo ella, su recuerdo en un sencillo ejercicio que hizo antes de empezar a tocar.
La casa de Fortea, en la Calle de la Cruz, 27 era muy grande. Había dos salones asignados: uno como estudio, en el que esperábamos nuestro turno para dar la clase, y el otro, donde tenía las “guitarras buenas”, lo tenía reservado para los “conciertos” que organizaba los domingos, haciéndonos participar a todos los alumnos tocando para nuestros familiares y amigos a los que Fortea invitaba para hacernos pasar el “trago” de tocar en público y así ir acostumbrándonos a controlar los nervios. Allí podíamos juntarnos unos veinte sentados y, “cuando la velada lo merecía”, algunos más de pie. De vez en cuando pasaba “la lámpara”: un porrón con algún refresco que él llamaba así por aquello de que, al ir pasándolo de uno a otro por encima de nuestras cabezas, siempre estaba cerca del techo.
Alirio Díaz y Rodrigo Riera, recién llegados de Venezuela, también participaban en esas audiciones deleitándonos con la música que traían de allá. Al final tocaba Fortea como obsequio y en agradecimiento a nuestro sufrido público.
También dimos con el Maestro algunos recitales en público y, para Radio Nacional, hicimos unos programas que se emitían en América.
Fortea era un infatigable trabajador y también un empedernido fumador, de ahí que nos haya dejado dos valiosos ejercicios para la mano izquierda sola que él llamaba “El Pitillo”, (mientras se mantenía el cigarro con la mano derecha se practicaban los ligados).
En los últimos tiempos que Fortea estuvo entre nosotros se intensificó nuestra amistad. Unas veces, cuando hacía buen tiempo, me invitaba a compartir con sus amigos un rato de tertulia en la terraza de la cafetería Malena, en la Plaza de Santa Ana. En otras y frecuentes ocasiones salíamos a pasear con mis padres y hermanos. Él, como siempre: traje oscuro, camisa blanca, chalina y enfundado en su capa española. Nos hablaba de música, de músicos y de sus obras… se hablaba de cualquier cosa. También, la conversación se centraba en instruirnos sobre la actividad de la Biblioteca: cómo atender los pedidos de música, el trato con los clientes, los pasos que había que seguir para editar la música etc., ya que su intención era que nosotros fuéramos los sucesores y continuadores de su obra.
Yo le ayudaba a impartir las clases, sobre todo las particulares fuera de la casa. A veces comíamos con él, en fin, pasábamos mucho tiempo con el Maestro y en un ambiente muy familiar. En una ocasión me invitó a pasar unos días en su casa de la calle Alloza, en Castellón.
Cuando Fortea iba a ver a la familia, solía escribir para saber de nosotros, de cómo marchaba la Biblioteca y, también, alguna vez, para llamarnos al orden por no escribirle más a menudo.
Un día me dio algunas obras para estudiarlas en las vacaciones de Navidad, prometiéndome una de sus guitarras, si las tenía aprendidas. ¿Se le olvidó la promesa? Yo no me atreví a recordárselo y, ni mucho menos, a reclamársela, pero esa guitarra que tantas veces me dejó el maestro para tocar con ella, tuve ocasión de recuperarla dado el conocimiento que tenían de esta historia su sobrino Daniel y su esposa.
Los últimos días de Fortea en Madrid los pasó postrado en su cama debido a una hemiplejía, insuficiencia circulatoria aguda, quedando casi totalmente paralizado. Digo casi, porque en los largos ratos que pasaba acompañándole, el Maestro, que no podía hablar, me tocaba las yemas de los dedos de la mano izquierda, asintiendo con un débil gesto como queriendo decir que siguiera estudiando o que se daba cuenta de que estudiaba… o, simplemente, que me reconocía… Un día, una ambulancia se lo llevó a su casa de Castellón.
Con este breve relato he querido dejar constancia de la humanidad de Fortea, la manera de tratar a sus alumnos, con ese particular y eficaz sentido pedagógico, y la cordialidad con los que le rodeaban.

Elegante cuando correspondía, bohemio y austero en su vida diaria. Modesto, poco amigo de las grandes multitudes.
Al verdadero Fortea se le encontraba en las distancias cortas: dicharachero, bromista, prudente y muy educado.
Así fue Daniel Fortea i Guimerà (1878-1953), uno de los más grandes compositores españoles de guitarra clásica.
Aquí podrán encontrar su Obra y legado, en la Biblioteca Fortea fundada por él mismo en 1911 y que, desde 1955, gestionan sus alumnos, los hermanos López Gómez.
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